miércoles, 9 de marzo de 2011

Un fin de semana.

Son raras las reacciones del ser humano. Bueno, en concreto las mías.
Sus ojos miraban de un lado para otro, como de costumbre. Es un animalito inquieto, siempre lo fue. Siempre lo supe.
Su sonrisa rondaba por sus labios cada vez que se topaban con alguna persona, sino, su imperturbable mueca seria se hacia presente en cada momento.
Sus manos iban desde su preciado tesoro hasta su cadera.
Reía sin parar y comentaba alguna anécdota con sus amigos.
De vez en cuando su mirada se posaba en la mía y de nuevo, sonreía.
Después de vacilar un poco, cuando la gente se fue y quedó casi solo, su cuerpo se movió elegante hacia mi posición. Como un piedra cualquiera me quedé quieta, esperando su voz y su tacto. Como una idiota mis labios se curvaron para mostrar mi mejor cara.

Entonces sentí, entonces noté. Nada era igual. Nada era lo mismo.
Nada me obligaba a seguir la forma de sus ojos.
Mi corazón ni sentía ni compadecía. Mi realidad abstracta era la que manejaba a este títere. Quizá fue así mucho tiempo. O no.
Sólo sé que mi mente de repente estuvo en un camino. Y nunca fue el suyo.

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